Mytil Font | Revista El Estornudo
Apuro
tanto el almuerzo de mi hija que el pollo frito queda medio crudo (lo hago con
la mitad del aceite que se necesita) y las chicharritas se me queman.
Desde
temprano estamos viendo miles
de personas en la calle, cada vez en más lugares. San Antonio de los Baños
empezó, luego Güines, Bauta, Camagüey, Santiago, Cárdenas, Palma Soriano. Me
impresiona escuchar el grito más recurrente: «Libertad».
No
piden comida, medicinas, gritan «Libertad». Así de presos nos sentimos todos.
Pienso que quizá algo de lo que se ha hecho ha calado en la gente. Los derechos
por una vida digna ahora mueve a los cubanos a la calle.
Tan
desesperada estoy de caminar por mi Habana que olvido el monedero. Se lo digo
al chofer del taxi. «Lo siento, chofe, tengo la cabeza en otro lado». Y me
perdona.
Por
las redes me entero que hay muchachos en Malecón. Mi hermana Sol, para
protegerme, no me dice nada. Camino por 23, busco Malecón, y escucho
gradualmente gritos que no esperaba. Me sorprende, frente al Instituto de Radio
y Televisión (ICRT), encontrar gente conocida: mis amigos Lara, Yunior,
Reinier, Alfredito, Sol. Abrazo a Danielito, nos admiramos aún sin conocernos.
Me entero ahí que están esperando por un mediador que les ha prometido unos
minutos en televisón.
En
las escaleras de entrada se ven solo unos pocos custodios y diez o 12
trabajadores que responden con gritos a nuestros reclamos.
Nosotros:
«Cuba sufre», «Somos cubanos», «Somos iguales que ustedes», «Liberen internet».
Ellos:
«Gusanos», «Abajo el boqueo» (ahí nosotros no dudamos en acompañarlos, asi de
transparentes somos). Intentan que su lengua no nos siga cuando gritamos
nosotros.
Pasan
el tiempo y crecen en número y volumen. Cada vez hay más gente fornida.
Gritamos de ambas partes. Unos ofenden, otros reclaman. Se vuelve un toma y
daca. Improperios trillados contra verdades.
La
gente del Partido Comunista, que queda al doblar la calle, se llega al lugar, y
la Seguridad del Estado comienzas a dar comandos de frases para gritar.
¡Qué
facil es gritar a voz en cuello, cuando sabes que no te va a pasar nada, que
solo serás aplaudido por el gobierno y te darán medallas y papelitos
vergonzosos!
Leonardo
se arrodilla para rezar en la escalera. Un hombre le grita: «No hables tanta
mierda».
Intento
advertir a los míos que hay que irse de alli. Nos estan rodeando, cada vez mas
agresivos. «Vamos a caminar», dije, y todos prefirieron esperar por aquella
cámara que del ICRT les prometieron para filmar quince minutos de réplica a los
meses incontables de difamación.
Yunior
se sienta en la acera encima de la loza de Wifredo Lam; Sol, sobre Amelia
Peláez; Renier prefiere Sosabravo. La Vanguardia nos guía, esa que cambio el
rumbo del arte en Cuba y buscó dibujar la nación desde la cultura popular.
Desde
la escalera las tropas de choque están cerca de caminar y barrernos como
hojarasca. Cada vez gritan más fuerte y hasta consiguieron pequeñas banderitas
cubanas.
Los
animos se encienden, los gritos ya dan risa, es un guion prefabricado que
conocemos de memoria, lleno de odio e incomprensión. Empiezan los abusos
homofóbicos personalizados. Mi hermana salta ofendida, Lara también. Me temo lo
peor.
Vemos
llegar a Darío, conocido agente de la Seguridad del Estado. Mira a Sol y a
Lara. Cruza los brazos, como asombrado de que estén allí o como si las regañara
por haberse portado mal. Le oigo decir que traigan el camión. Entre cuatro, le
caen arriba a uno de los nuestros que hablaba en la otra acera por teléfono.
Vienen arrestando de afuera hacia dentro. Hay mucha gente en la acera de
enfrente, en los bajos del Habana Libre por 23. Filman, miran, pero apenas
intervienen.
Mi
hermana me toma de la mano y corremos hacia L, pero volvemos a mirar a los
nuestros, cargados como bestias para camión. Preferimos intentar documentar el
abuso que irnos. Danielito, de pie en el camión, hace el singo de ele con los
dedos. Abre los brazos, grita. Suben a otros.
Mi
hermana quiere regresar porque ha visto amigas en la acera de enfrente. Cruzo
la calle con ella. Decidimos seguir caminando. El camión se va. Sienta a
Danielito. Un hombre que no se ha quitado el casco en ningún momento lo agarra
de la mochila y lo tira en el piso del camión. Parece Robocop: un tipo anónimo
mostrando su fuerza. No le importa los gritos de «abusadores» de los que miran
impávidos.
Subimos
por L. Pensamos que todo ha terminado, lejos de anticipar lo que viene después.
Antes de llegar a 25 siento el frenazo ensordecedor de un carro que se
atraviesa delante de otro. Bajan dos hombres y se abalanzan sobre una de
nosotras. No lo puedo creer, nos están cazando. Mi hermana, Gretel y yo
cruzamos la calle. Me siento en una película. Mi hermana le dice: « Yo vivo en
este edificio». El hombre le dice: «No, Solve, usted no vive aquí». Mi hermana
y yo insistimos en que no hay motivo para detenernos, que no hemos hecho nada
y, sin entender bien aquella locura, el hombre nos suelta.
Intentamos
entrar en el edificio, y un anciano de más de ochenta años nos delata, un señor
que ha aprendido muy bien que acá somos culpables hasta que se demuestre lo
contrario. Nos impide entrar y con mucha alevosía intuye que, si nos persiguen,
es porque algo «malo» hemos hecho. Gretel intenta explicarle al anciano quiénes
somos. Un gesto insolvente.
Intentamos
irnos por otra entrada, pero dos patrullas y cuatro policías esperandonos. No
hay nada que hacer, pienso. Nos cazaron como liebre liebres en medio de la
Rampa.
Vuelven
los apretones, los halones. Mi hermana lucha para que me dejen ir. «Cójanme a
mí», dice, «dejen a mi hermana, que su hija está sola en su casa. Ella no tiene
nada que ver con esto».
Con
lágrimas en los ojos me dejan ir. Meten a mi hermana en la patrulla. Sin
internet, sin poder denunciar, busco desesperadamente algún rastro de conexión.
No sé qué va a pasar con Sol y el resto. No me siento bien, pero escojo
irme. En ocasiones se me olvida que Sol es mi hermana mayor. Muchas veces soy
yo más seria y responsable. El 11 de julio, sin embargo, me protege como lo que
es.
He
pasado miles de veces por los bajos del edificio peculiar de 23 y L, y siempre
he leído la frase grabada en su portal. Ahora mismo no recuerdo bien, creo que
es de Fidel o de Martí, y dice que quien no tiene fuerzas para luchar que no
critique a quienes sí lo hacen. Viví esa línea ahí, en tiempo y lugar.
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