Tomado del blog Ciudalatina
Mirna Velásquez S. y Tamara Morales O.
Desde que llegó a España, hace 14 años, es trabajadora
del hogar. salió de Estelí, al norte de Nicaragua, por la difícil situación
económica del país. “Venía por dos años, pero aquí me quedé, aguantando”,
comenta Ermilia Calderón, de 55 años.
“Sólo pedía un
descanso”
Como toda trabajadora responsable, la primera reacción de Ermilia fue hablarlo con su familia y luego comunicárselo a sus jefes. Pero su responsabilidad le costó su despido. Nunca fue al médico, nunca tuvo un informe que confirmara la enfermedad. Quizás perdió su trabajo por una gripe, o quizás por Covid-19.
“(Cuando)
le dije a mi jefa, me dio una pastilla. Me dijo que era a causa del polen de
las flores porque la nariz la tenía seca y respiraba por la boca. Pero yo me
extrañé porque yo no soy alérgica”, recuerda, sin siquiera plantearse o
cuestionar que sus empleadores, la estaban medicando sin ser médicos.
Al
cabo de una semana, los síntomas empeoraron. En ese momento Ermilia sucumbió al
cansancio, al decaimiento, a los dolores y decidió descansar en su casa. “Le
dije (a mi jefa) que
me sentía mal, que no iba hacer nada estando en el trabajo porque no aguantaba
mi espalda”, comenta.
La
respuesta de su jefa fue “si te vas me firmas este papel”. Ella firmó sin
importarle las consecuencias, asumiendo que era un caso perdido y no le iban a
escuchar su petición.
Un
año después reflexiona: “Sólo pedía un descanso”.
Dos
meses estuvo recuperándose en su casa, sin recibir el salario al que tenía
derecho. Y solo transcurridos seis meses encontró un nuevo trabajo. Durante
todo ese tiempo sin ingresos sobrevivió con la ayuda de sus tres hijos, también
residentes en España.
A
Ermilia de nada le vale saber que las mujeres migrantes son “importantes en las
casas de los empleadores” porque la realidad fuera de la política y los
discursos, es que con la pandemia cualquier excusa es válida para despedirte
con tu “consentimiento”.
Y además, se permiten bloquearte para que no te comuniques más con ellos o
borran las fotos con los niños a los que cuidabas, como
le pasó a ella. Ahora mismo sólo desea regresar a su país.
Antonia, la pandemia y su fórmula de sobrevivencia
De
marzo a agosto transcurrieron cinco meses estirando sus pocos ahorros en
Madrid, haciendo tamales y pupusas para vender; una actividad que también
compaginaba con sus múltiples trabajos, desde antes de la pandemia, para
complementar sus ingresos.
Recuerda
que en uno de sus empleos la despidieron por el temor de sus empleadores a que
les portara el virus. “Les daba miedo porque yo venía de la calle y podía
llevarles el bicho”, explica.
En
otro de los casos, sus empleadoras se mudaron a otro pueblo, tras instaurarse
el teletrabajo en España como medida económica del país frente
a la pandemia y prescindieron de sus servicios. Luego vino el siguiente
despido, porque el anciano al que cuidaba le cedió su empleo a otra mujer, a la
que conoció durante su estadía en el hospital Ifema, uno de los recintos vacíos
más grandes de España, habilitado para atender a personas contagiadas por
coronavirus.
Los
despidos de Antonia llegaron con ilegalidades, con pagos fuera de tiempo,
excepto en uno de los casos en los que “las chicas” -ella les llama así
cariñosamente- le pagaban más de lo que le correspondía y le mantuvieron su
salario aun cuando ella no trabajaba más a causa de las restricciones
sanitarias.
Además
de auto emplearse para ella fue fundamental estar organizada en distintas
entidades cuya razón de ser es ayudar a migrantes.
“Estar
organizada me ha ayudado muchísimo y yo siempre incentivo, motivo e invito a
las mujeres a organizarse. Para mi la mejor terapia es tener mujeres a tu
alrededor y que no te digan ‘pobrecita, lo que te pasó’ sino que te metan otras
ideas, que cambies el chip”, sostiene con vehemencia.
Actualmente
está trabajando con un contrato por horas gracias a su “bruja migrante mayor”,
una amiga que es parte del colectivo Las brujas Migrantes, al que ella también
pertenece y
en el que las mujeres se ayudan entre sí, con lo que pueden.
Antonia
es una mujer de convicciones fuertes. Pese a que la pandemia la dejó sin
empleo, se ha dedicado a estudiar. Ha hecho un curso sobre Covid-19 y
actualmente se está formando en Informática para ampliar sus horizontes. Además
se ha dedicado a ayudar a otras mujeres víctimas de maltrato laboral,
convencida de que, aunque muchas no tengan su estatus migratorio legalizado,
pueden exigir sus derechos.
Una década de retroceso para las mujeres
La directora para los asuntos de género de la Comisión económica para América latina y el Caribe (CEPAL), Ana Güezmes, advirtió que la pandemia exacerba desigualdades e impacta, obviamente, en hombres y mujeres. “Pero impacta más en las mujeres porque ya veníamos ocupando posiciones laborales con mayor segmentación, con brechas salariales, empleos de baja calidad y por lo tanto más vulnerables a las crisis económicas”, declaró en una entrevista brindada a Radio France Internacional.
Estas
declaraciones se produjeron en relación a un informe de esta organización que
confirma el aumento de la precarización de las condiciones laborales de las
mujeres en América Latina y adelanta que la pandemia hará retroceder una década
la participación de las mujeres latinoamericanas en el mercado laboral. Cerca
de 118 millones de mujeres latinoamericanas se encuentran en situación de
pobreza, 23 millones más que antes de la pandemia.
“El
trabajo doméstico remunerado es otro de los sectores fuertemente golpeados por
la crisis, ya que, además de estar altamente precarizado, es un tipo de trabajo
que no puede ser realizado de forma remota. Muchas mujeres empleadas en este
sector experimentan incertidumbre acerca de su remuneración, sobre todo en el
caso de aquellas que no cuentan con un contrato formal”, advirtió la CEPAL.
Este
retroceso ocurre tanto en América Latina como en Europa y en el resto de
naciones a donde se concentran las mujeres migrantes. El empobrecimiento se ha
acentuado tanto por la situación migratoria como por la falta de información o
acceso a plataformas digitales. “Muchas han quedado fuera de las ayudas
sociales que han establecido los Estados durante la pandemia y se encuentran
con enormes dificultades para cubrir su propia alimentación y el pago de
vivienda y servicios básicos”, añade la institución.
La
importancia del rol de las mujeres migrantes ha quedado en evidencia tras la
pandemia. En muchos casos, son “trabajadoras de la primera línea”, como las
profesionales de la salud. Un dato relevante aportado por Antonio Guterres,
Secretario General de las Naciones Unidas, es que una de cada ocho personas que
se dedican a la enfermería en todo el mundo, ejerce
su profesión en un país distinto del de su nacimiento. “La crisis del COVID-19
es una oportunidad para replantear la movilidad humana”, afirmó.
Nuestras Plataformas